Hace unos días me encontré a mi misma preguntándome por qué amo el AcroYoga, y de qué manera fue ocupando, sin darme cuenta, cada vez más espacio en mi vida.
Mi historia con AcroYoga surge de la misma manera que esos amores que aparecen suaves y sin hacer mucho ruido, pero que se van desplegando, se van mostrando y adquiriendo importancia hasta que se muestran… y entonces no hay más que rendición.
Yoga es una práctica poderosa, un laboratorio donde experimentarnos a nosotros mismos, la escucha y la aceptación como pilares fundamentales hacen que lleguemos a estadios de paz interior maravillosos. Sin embargo siendo realistas a veces lo más difícil es llevar el equilibrio de nuestro ser que encontramos en la esterilla a nuestro rutinario y al mismo tiempo frenético ritmo del día a día, dónde no solamente cuenta nuestro ánimo, si no de qué manera somos capaces de fluir entre las circunstancias externas e interacciones con las otras personas.
AcroYoga es una práctica retadora capaz de mostrarte tus límites mentales. Suele ocurrir que una vez aprendes la técnica y eres guiado con seguridad por profesores preparados, esos límites se deshacen, te encuentras haciendo cosas que nunca imaginaste y las inseguridades que antes te paralizaban, se disuelven para dejar paso a la diversión y la alegría. Pero hay un componente esencial para que esta transformación suceda, los compañeros de práctica.
En nuestra vida, muchas veces el éxito o fracaso de nuestros emprendimientos no dependen solamente de nosotros mismos, dependen de las condiciones en que se den, y dependen de las personas. AcroYoga nos hace cultivar cualidades como la colaboración, el apoyo o la empatía. Una figura o transición funciona cuando se crea una determinada sincronización y equilibrio entre las energías de aquellos que trabajan juntos, y cuando esto sucede, las personas que han hecho equipo se elevan en puro éxtasis, lo han conseguido, JUNTOS.
Imagina ahora como cultivar y promover estas cualidades entre las personas y la sociedad puede influir en el mundo, dejar a un lado las competitividad, la comparación, la superación del otro, las zancadillas y abrir la puerta a un mundo de colaboración, de igualdad, de conocimiento personal, de apoyo mutuo, de felicidad por la alegría del otro, de reconocer la luz en las personas, honrar su esfuerzo y reconocer el poder del abrazo y de respirar juntos.
Algunos dicen que AcroYoga no es Yoga sino acrobacias. Pero AcroYoga es mucho más que acrobacias, es una práctica consciente de cómo pulir y hacer brillar tu luz única para ponerla al servicio de la comunidad. Todos somos diferentes, pero todos podemos aportar algo necesario que nadie más podría. Por eso, AcroYoga sí es YOGA.
AcroYoga es para todos, es una forma de celebrar que somos seres que sentimos de la misma manera aunque razonemos de formas diferentes, una manera de honrar la comunicación más allá de las palabras, de reencontrarse en los ojos del otro, de descubrir la magia de la respiración sincronizada.
AcroYoga es aprender sobre el amor, porque el amor es ese hilo que une a todas las personas como una sola. Como decía John Lennon en una de mis canciones favoritas “Imagina a toda la gente viviendo la vida en paz”. Cuando descubrí los colores de una práctica en comunidad mi corazón se entrego, ahí fue cuando caí enamorada.