A veces vivimos inmersos en la rutina de una vida, cada día sucede como el anterior y casi parecen idénticos. Hemos aprendido a vivir esta vida, sabemos quiénes somos y qué papel desempeñamos, igual que sabemos quiénes son los demás y qué papel desempeñan. Pero, ¿y si las circunstancias cambiaran de repente y nada de lo que damos por hecho lo siguiera siendo? Y, ¿si salimos de nuestra zona de confort?
Antiguamente los viajes representaban una iniciación hacia el autoconocimiento y los misterior de nuestro ser y de la vida. Toda historia comienza con un viaje que emprende el protagonista, una experiencia en la que un individuo se encuentra en situaciones, aventuras y adversidades que harán que tome conciencia de sí mismo, de su personalidad, de la realidad externa o de poseer una misión en la vida, entonces descubre algún tesoro, secreto o concluye su misión. Su carácter se ve modificado, cambiando la perspectiva vital del protagonista.
La literatura universal posee numeroso ejemplos: La Odisea de Homero, en el que Poseidón le recuerda a Ulises que no es lo mismo inteligencia que sabiduría. En la literatura española tenemos El Quijote y en la india grandes epopeyas como el Ramayana o el Mahabharata en el que toda enseñanza gira alrededor del "dharma" o "ley fundamental".
Recién llegada de mi viaje por Patagonia reflexiono sobre la impermanencia de las cosas, sobre cómo lo que damos por relevante y verdadero bajo otras circunstancias puede ser absurdo. Lo frágil que es la que creemos nuestra personalidad y lo frágil que también es nuestra vida. Como todo puede cambiar de la noche a la mañana si un revés del dharma decide modificar las fichas con las que estamos jugando. Y entonces, recuerdo el primer principio de Anusara Yoga: Abrirse a la Gracia. Que no sólo es estar abiertos a las circunstancias que nos propone la vida, sino sobre todo estar abierto a iniciar ese viaje que nos llevará a descubrir los claros/oscuros de nosotros mismos, nuestras luces, sombras, relieves, valles, lagos y cordilleras como la propia Patagonia, salvaje. Que nos recuerda que esa es nuestra verdadera naturaleza, lo inmutable, lo que está más allá de cualquier definición y que tenemos toda una vida para tan sólo vislumbrar, pero jamás seremos capaces de contener.
La práctica de yoga nos enseña a estar abiertos a eso que es todo y nada al mismo tiempo, que es quieto y profundo, único y no cambiante, real y a veces desgarrador. Nuestra propia naturaleza salvaje y sabia. Practicamos con diligencia y devoción porque más allá de una práctica física es una actitud de valentía del corazón.